Diario, Roadtrip, Vivir lo imaginado

La ruta de los pueblos fantasma

Llegué a Villard de Lans persiguiendo campings. No alcancé ninguno. Todos cerrados anticipando el invierno que se viene encima. Si los franceses, expertos autocaravanistas, cierran los campings en cuanto se aproxima el frío, por algo será -me voy metiendo miedo en el cuerpo. Día 1 sin ducha.

Hace días que no hablo con nadie. Escucho conversaciones a mi alrededor, no entiendo nada. Las palabras convertidas en ruido. Quiero saber más sobre la soledad; entender por qué disfruto de pasar tantísimo tiempo sola cuando para la mayoría de los mortales no hay mayor castigo que el silencio.

El colorido del otoño me atrapa sin remedio.  No consigo despegar los ojos del paisaje. Quiero llevármelo conmigo. Disparo y disparo sin parar.

En Villard de Lans tuvo lugar la prueba de luge (¿skeleton?)  de los JJOO de invierno de Grenoble 1968. Hace 50 años de eso pero no lo puedo evitar: me emocina saberme pisando suelo olímpico. De mayor siempre quise ser deportista olímpica. Día 2 sin ducha.

Un resort de esquí sin nieve desconcierta. Hay una enorme cantidad de hoteles cerrados, a la espera de la avalancha de turistas que ya no ha de tardar en llegar. Mientras tanto, la vida transcurre lenta, muy lenta, por las callejuelas del centro de Villard de Lans y sus tiendas de souvenirs.  Sigo cumpliendo mi promesa de, mientras pise suelo francés, desayunar cada día al menos un croissant . La mantequilla se adosa con facilidad. Lo del pan no es una promesa, es absoluta devoción.

A lo lejos, las primeras cumbres nevadas. Vuelta a la carretera. Nos espera Alpe d’Huez.

No alcanzaba los 20 años cuando leí El Alpe d’Huez de Javier García Sánchez. Para entonces ya había disfrutado de muchos largos veranos frente al televisor con el tour de Francia como protagonista absoluto.

Conduzco muy despacio, disfruto de cada curva, paro a leer las pintadas en la carretera, ya no reconozco ningún nombre. Me parece oír la voz de Perico gritando los porcentajes de la pendiente a cada giro. Me mortifica no tener el libro de Javier Sánchez cerca para rescatar las frases que entonces subrayé.

Y al llegar arriba… la palabra desconcertante le queda enorme a Villard de Lans para describir su fuera de temporada. Alpe d’Huez resulta ser el desconcierto perfecto. La definición absoluta del pueblo fantasma.

Monstruosos edificios de madera hasta donde alcanza la vista. Maquinaria pesada trabajando día y noche en carreteras, hoteles, aeropuerto, auditorio, centro comercial… Como si estuvieran sacando al pueblo entero de un gran cajón, colocándolo como se coloca el árbol y las luces de navidad cada año. Hay que comprobar que todo funciona, se adecenta, se acicala la estancia, listo, un mes a tope y luego al cajón otra vez. Así se me presentó Alpe d Huez. ¡Qué gran desilución! Yo que imaginaba ver montañeros, bicicletas por doquier, escuchar las voces de los Indurain, Bugno, Rominger en cada esquina. No, allí no había nadie más que trabajadores de la construcción haciendo su agosto, y avionetas ensayando maniobras en una pista que bien pudiera ser el trampolín de la competición de esquí de salto de cada 1 de enero.

En Alpe d’Huez pensaba encontrar un camping donde por fin ducharme; pensaba reponer provisiones, pensaba comprarme ropa de abrigo… Nada. Los campings cerrados contradiciendo la información de sus páginas webs; el área de autocaravanas, lo mismo, cerrada, en obras; supermercados, restaurantes, todo, cerrado a cal y canto. Me acerco a los escaparates, dentro de los comercios ni siquiera hay mercancía. Estoy por preguntar si es que ha pasado un ciclón o alguna otra catástrofe que haya arrasado con todo. Me cuesta aceptar que este sea mi mítico Alpe d’Huez. Con todo, decido quedarme. Día 3 sin ducha.

En el aparcamiento hay una autocaravana con matrícula británica. Esta es la mía -pienso- alguien con quien hablar. Me acerco: Hola, ¿han pasado la noche aquí? ¿Ha habido algún problema? ¿Es seguro? ¿Pasarán esta noche también? Resulta ser una familia australiana, padre, madre, hija y perra, llevan 5 años en ruta. Pasamos dos días de vecindad, charlamos, andamos montaña arriba, nos tomamos juntos el café de la mañana mientras Tom y Tinkerbell juegan a ver quien corre más. Son mis primeras amistades en la ruta y me miro en su espejo. Me gusta lo que veo.

Ha salido el sol, 16ºC no está nada mal… voy armando argumentos que me empujen a un remojón a la intemperie. Parece que ha llegado el momento de estrenar la ducha de la furgoneta. Coloco una cortina plástica entre los dos portones traseros y, descalza sobre el asfalto, en pelota picada, para qué mojar un bañador, pongo a prueba a la aventurera de salón. Nivel 1 de superviviencia superado pero… 40 segundos de agua helada no cuentan como ducha. Los olores permanecen. Día 4 sin ducha.

La despensa vacía se convierte en un asunto crítico, los sobacos pasan a segundo plano. Hay que volver al camino, buscar un supermercado. ¿Hay supermercados con ducha?

Me despido de mis amigos viajeros. ¿Qué vas a hacer? -me preguntan. Conducir. No es insolencia, no es reserva. Ellos entienden. Adiós, buena ruta. Nunca más sabré de ellos. Me paso tres días esquivando los automatismos del cerebro, esos que constantemente planean contarles esto y lo otro. No es posible. No hay whatsup, no hay facebook, no hay nada. No intercambiamos ningún contacto.

Dice Google que al otro lado del Galiber hay un supermercado abierto. También habla de un camping. ¿Sirve de algo cruzar los dedos? Vamos con calma. El paisaje nos llama aquí y allá.

El Galibier, otra cima mítica. Envidio a cada ciclista que adelanto en la carretera. Yo también quiero emular a los grandes. Tal vez algún día, tal vez en moto… los fotógrafos del tour van en moto. Tal vez. Qué fácil resulta engañarse.

Y al otro lado del Galibier, otra estación de esquí, otro pueblo fantasma: Valloire. Este con un supermercado abierto. Y nada más. Camping cerrado, por supuesto. Día 5 sin ducha.

Paseamos por el pueblo y todos sus montes sin tropezarnos con alma alguna. No hay problema con hacer el tonto. Cuando cae el sol y la temperatura se hace insoportable, (¡aún voy con pantalones de verano!) daría la vida por una ducha y un hogar con chimenea. No pasa nada, no es tiempo de nostalgias, la calefacción de la furgoneta también hay que estrenarla. Nivel 2 de supervivencia superado. Día 6 sin ducha. Se acumulan las pruebas. ¿Cuántos niveles restan para graduarme como superviviente?

 

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