Después de dos noches en Playa Mayarco, el plan era seguir camino rumbo norte pero los imprevistos del día disponen y esa mañana el imprevisto fue grande.

Me desperté con un pitido en el interior de la furgoneta y, obsesionada como voy con un posible escape de gas (¡odio las bombonas!), me convencí de que se trataba precisamente de eso: de la alarma de gases. Más de una hora estuve tratando de averiguar por qué sonaba; no olía a gas, la luz estaba verde, el dispositivo parecía resetear bien… Abrí puertas y ventanas de par en par, ¡que se ventile! Desconecté cables y hasta quité fusibles. Nada, ahí seguía el pitido. Por momentos me parecía que pudiera venir de otro lugar pero, ¿qué podría ser si no tengo ninguna otra alarma instalada? O eso creía yo.
Agobiada por el zumbido en mis oídos, me acerqué a la recepción del camping en busca de ayuda: ¿no tendrán ustedes algún técnico que me pudiera ayudar, no? Me suena la alarma del gas desde hace rato. ¡La alarma de gas! – exclamó la chica de recepción con cara de “¡ohhh, socorro!”
Corrió conmigo hasta la furgoneta mientras negaba con la cabeza y repetía “no, no tenemos a nadie”. Y en esas, se dio la vuelta y me dejó sola: “¡Espera! – gritó.
Volvió acompañada del vecino de dos furgonetas más allá, ese al que la noche anterior hubiera matado. (A él y a todos los otros españoles que de golpe abarrotaron el camping a voz en grito.) Resultó ser electricista y, polímetro en mano, comprobó todas la conexiones para concluir que, oh sorpresa, la alarma era un aviso del bajo nivel de la batería secundaria y que el panel solar no parecía estar funcionando. Así que ahí estaba yo, a miles de kilómetros del lugar donde me instalaron el panel, comenzando el viaje aún, y teniendo que arrancar la furgoneta para mantener la nevera encendida y cargar las baterías de las cámaras y demás chismes.
Resultado: al menos un día más en Playa Mayarco en busca de soluciones. Plan A: En Biarritz parece haber una tienda de alquiler de furgonetas. Puedo acercarme hasta allí y preguntar por un taller. No parecía mala idea pero… no tuve en cuenta los muchos otros factores: fin de semana, temperaturas altas, playas inmensas… Esto es, hervidero de gente, imposible aparcar. Cuando por fin encontré un hueco, el gps me marcaba una hora de caminata hasta la tienda en cuestión. Eso con un sol de justicia, muchos grados de temperatura y un perro sofocado del que tirar. Caminé media hora y me di la vuelta.
Plan A fracasado. Planes B, C y D van surgiendo. Plan B: Preguntar a Alex si conoce algún taller por esta zona. Plan C: Seguir preguntando a Google. Plan D: preguntar en el grupo de Facebook “vangirls”. C y D respondieron de manera simultánea: Caravanas Evasión. Perfecto, tienen taller. Bueno, casi perfecto, porque es domingo y no abren hasta el martes.
Dormir en un parking de Biarritz no era un plan que me sedujera. Busco tranquilidad a precio razonable y los campings de alrededor alcanzaban los 20€ la noche al tiempo que prometían mucho ruido. Así, decidí retroceder los 25 minutos que había avanzado por la mañana desde playa Mayarco y, esta vez sí, llegar hasta el camping municipal.

El lunes se me fue esperando al martes. Solo por la noche caí en la cuenta de que estaba a igual distancia de otro taller de la misma empresa, pero este en Irún, que sí que abría el lunes. Martes por la mañana, rumbo a Irún, de vuelta en España. A igual distancia, opté por ir al taller español, por precios y por idioma… ¡qué complicado me está resultando comunicarme con los franceses!
En YpoCamper me recibieron con una amabalidad exquisita para confirmarme que la placa solar no funcionaba y que no tenían ninguna disponible. Una llamada al taller de Francia para confirmar, a su vez, que tenían placa pero no tiempo; tardarían entre dos y tres semanas en darme cita. Así las cosas, solo me quedaba probar suerte en los talleres furgoneteros de los alrededores. De un taller me daban el número de otro y de ese otro a otro y a otro. De llamada en llamada estuve hasta que en uno de ellos, al saber que estaba de ruta, se les ablandó el corazón furgonetero y tuvieron a bien cederme una placa que iba destinada a otra furgoneta y dos hora de su tiempo. Tardé 40 minutos en llegar a FurgoKoddi en Anoeta, mis salvadores. Placa muerta, quitarla sin dañar la fibra del techo y esperar que el resto de la instalación estuviera bien.

Dos horas después volvía a tener panel solar. Koldo y sus compañeros hicieron un trabajo limpio y eficiente. Y yo ,de nuevo, me vi sorprendida por la amabilidad con la que fui tratada. Ellos, furgoneteros, saben lo que es que te pille un imprevisto cuando estás en ruta y respondieron con el mismo trato con el que han sido tratados en otros lugares y aventuras. Además, a mi pregunta de un lugar tranquilo donde pernoctar no dudaron en ofrecerme su casa, “Vente a cenar con nosotros que tenemos reunión de amigos, sacaremos la parrilla, puedes dormir en el terreno que tenemos delante”.
Dejé el taller rebosando gratitud y me fui a inspeccionar la zona. Si todo falla, me dije, aceptaré la invitación. No me resulta sencillo compartir veladas en grupo, cuanto más si se trata de desconocidos, pero la realidad es que la invitación me llamaba y, dadas las circunstancias en que se produjo, di por sentado que no fueron palabras vacías, lanzadas al viento por compromiso.
Me encantó dar un paseo por Tolosa pero su área de autocaravanas era un aparcamiento triste en el que daba pena entrar. Así que, aunque oscurecía ya, me aventuré en busca de algún lugar más agradable. En Hernialdo pasé junto a la plaza del pueblo pero, con un aparcamiento acotado por ayuntamiento, iglesia y frontón, me vi demasiado expuesta a las miradas vecinales. Decidí seguir hasta otro aparcamiento en la parte trasera de la iglesia que, aunque algo inclinado, me pareció buen rincón. Cuando lo tuve todo dispuesto (ventanas tapadas con los térmicos, calzos para equilibrar… ) y subí a Tom a su cama (asientos delanteros), éste, por primera vez en todo el viaje, no pareció conforme con el lugar. Fuera por la ligera inclinación o por lo que fuese, no había manera de que se acostara, y como quiera que a medida que pasan los días me fio más de sus instintos, otra vez a mover la casa. Noche cerrada ya, de vuelta a la plaza del pueblo donde, ahora sí, Tom se durmió al instante mientras yo celebra el día preparándome la cena, dispuesta a pasar mi primera noche fuera del cobijo de otros nómadas.

Dormí y dormí. Ningún temor, ninguna duda. Un placer infinito despertar en un lugar tan bonito. A eso de las 12 de la mañana, después de café y rato de escritura, cuando ya daba marcha atrás para partir, una furgoneta me cerró el paso. “Esa furgoneta la he visto antes”, pensé. “Claro, la pegatina, Furgokoddi!”. El padre de Koldo. “Holaaa, ¿dormiste aquí?, ¿por qué no viniste anoche? Te esperábamos.”

