Este sueño que comienza ahora a cumplirse, de momento no es como lo soñé. No porque haya ocurrido algo distinto a lo que imaginé, sino porque en los sueños no aparecen ni las preocupaciones que uno deja detrás al partir, ni los miedos a lo desconocido que está por llegar.
Esta aventura iniciática, preparatoria para la gran aventura que habrá de llegar, se llama “una semana en Fuerteventura, sola, sin recorrido definido y con la casa a cuestas“; esto es, en la furgoneta, improvisando donde dormir.
Y sí, me da miedo a no sentirme segura y pasar las noches sin pegar ojo, con los sentidos disparatados, hipersensibles a los sonidos, a los olores y a todo lo que no forme parte de su inventario cotidiano.
Aún con todo eso, aquí estamos, yo y mis miedos, mis miedos y yo, a punto de iniciar la segunda parte de la travesía con destino al puerto de Morro Jable.
En tres horas desembarcaré en una tierra que, aunque cercana, nunca antes pisé, y lo haré dispuesta a disfrutar de todo lo bueno que seguro encontraré en el camino, pero, sobre todo, lo haré muy decidida a reconocer cada titubeo, cada sinsabor, porque en ese reconocimiento sé que encontraré lo que ando buscando: aprender, crecer… vivir.
