Y a los 40 días necesité cobijo para mi alma; y para el estrés de Tom en nuestro deambular furgonetero. Una necesidad que me pilló tan de sorpresa que quise discutir con ella, cuestionarle su existencia, reprocharle su debilidad; quise ahogarla, controlarla, matarla. ¿Para esto tanta furgoneta, para aparcarla 40 días después, en cuanto llegan las primeras dificultades? ¡Floja!
Caigo en mis trampas. ¿Por qué, si he venido hasta aquí para escucharme y dejar de lado todas esas voces que tiran de mí hacia lugares en los que no me reconozco, por qué, en cuanto mi cuerpo me pide algo se lo niego? ¿Por qué no quiero escucharle? ¿Por qué me cuesta tanto romper la barrera entre lo que quisiera que fuera y lo que es? ¿Por qué no me llega el aire a los pulmones? ¿Por qué me duele el cuello?
Dos pasos atrás.
Y a los 40 días necesité parar más de tres noches en un lugar, hablar con alguien, tomar un vino acompañada. Y a los 40 días apareció de la nada una casa donde estar cómoda, una familia de la que sentirme parte.
El miércoles escribí a Bertrand. Yo: “Estoy en Annecy, creo que no muy lejos de tu casa, quizá nos podamos tomar un café”. Él: ”Estás a media hora. Ven, te quedas, te duchas, lavas la ropa… lo que necesites”. Tardó un segundo en abrirme las puertas de su casa. No conozco a persona más acogedora. Él y su familia. Otra lección aprendida. Y ya van unas cuantas en este camino.
Llegué con intención de pasar dos días, me quedé 20. En Collonges, Francia casi Suiza, tengo una familia.
***
Visité las instalaciones del CERN. No puedo decir que entendiera mucho de lo que Bertrand se esforzó en explicarme. Ni electrones, ni protones, ni partículas… nada, no son conceptos posibles en mi cabeza. Siento que cada día que pasa me encuentro más cerca de las emociones y menos de la materia, cuanto menos de la antimateria. ¡La antimateria, qué será eso! En todo caso, me gustó sentir la sala de control. Por un momento volví a encontrarme con Rosa Macías, la ingeniera de software que un día fui. Sonreí.

Dulce, ¿nos conocimos en otra vida? Conexión instantánea. Disfruté de su Academia (admiración infinita por que quien se lanza a emprender, mas cuando lo hace fuera de su lugar, de su idioma), disfruté de los paseos por Ginebra; deleite absoluto ante mi primera fondue de queso, vino blanco; luego supermercado y vuelta a casa. La chimenea encendida, una cerveza, sillón y charla. Y de repente, mi cuello cede. Mi cuerpo dice quédate.
Tom va de allá para acá con paso ligero, saludando a todos, sentándose a sus pies en medio del revuelo familiar. Lo nunca visto. Está feliz. Aparca la furgoneta lejos -me dice cada vez que nos cruzamos la mirada. Yoda pesa diez veces menos que él pero se han convertido en buenos compañeros de juego. No tiene problema en cederle su cama. Compartir comida ya es otro asunto.

Poderoso don dinero. En Ginebra cualquier atasco de tráfico parece una comitiva de coches oficiales. El lujo se viste de colores sobrios, todos las variedades oscuras de azul y gris, sobre carrocerías brillantes y alargadas, chatas.
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Don dinero exige papeles. Conocí a gente que se casa con desconocidos para conseguir unos papeles que les permitan habitar un país donde la violencia no sea la norma. Supe de gente que, viviendo en países pacíficos y de economía supuestamente resuelta, se casa con desconocidos a cambio de un dinero que les arregle unos meses. Supe de asuntos que no eran solo argumentos de películas ni exageraciones de novela. Me acerqué a vidas que no creí posibles y mi cabeza aún busca acomodo para sus realidades.
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Tea Room Martel. Dudé del chocolate suizo. Metí la cuchara y lo sentí tan líquido que cuestioné su sabor. Osada de mí. Bastó llevarme un sorbo a la boca para convertirme a una nueva fe: dios salve a los suizos y a su chocolate. Sobre todo a su chocolate.
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Es domingo. Me embuto en mis pantalones vaqueros, esos que hace unos días se ajustaban tan bien a mis piernas y que ahora parecen unos leggings dos tallas por debajo de la que me corresponde.
Estoy alojada en casa de los dos mejores cocineros que haya dado un hogar. Mil veces he comido muy bien en restaurantes, en casas de amigos y habitualmente en casa de mi madre, pero esto es otro nivel. Aquí se come cada día como si no hubiera un mañana, cada plato es un éxtasis para mis sentidos.
No puedo entender cómo, sin aparentes grandes preparativos, de repente nos sentamos a la mesa y… hoy toca raclette, mañana, soupe à l’oignon, pasado ramén, el otro gigot d’agneau, después pommes de terres sautées graisse de canard. Que sí, que podrías decir que en francés suena mejor y que al final pommes no son más que papas… ¡no!, gran error, pommes de terres sautées graisse de canard son mucho más que papas, son la redefinición del concepto papa. Yo jamás, jamás, repito, jamás, había alcanzado tal nivel de exitación frente a un plato de comida. Éxtasis absoluto. Otra vez.
Y si resulta que después de esto no hubiera un mañana, nada pasaría porque, lo que una viene a buscar a este mundo, disfrutar y ser feliz, todo lo he encontrado, en grado supremo, cada una de las veces en que me he sentado a la mesa de este hogar.
¿Cuántos días dices que me puedo quedar?
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Entre la comida, el vino, el champagne y la tienda Fabriano de la Rue de Rive con un millar de plumas Lamy a la vista, y otras de madera que no quise mirar, además de libretas, fundas y todo ese material de papelería que me hace babear, de repente, mi aún incipiente ideología minimalista se va al traste. “Tenerlo no me haría más feliz, no me haría más feliz, no me haría más feliz…” – repito cual mantra. Mil repeticiones después logro seguir camino.
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Llevo dos semanas quieta. Compartiendo vida con una familia, batiendo records de permanencia en casa ajena. Tratando de hacerle caso a mi cuerpo, retándome a vencer mis dificultades en las distancias cortas. Aprendiendo a aceptar tanto cariño, indagando en qué es lo que me hace querer huir.

Y llega el día en que vuelvo a sentir la necesidad de subirme a la furgoneta y partir; para volver a escribir, para volver a hacer fotos, para enfrentar nuevos retos… En este calorcito me siento de vacaciones, y esa nunca fue la idea. Me incomoda estar de vacaciones.
Mientras tanto, caen las primeras nieves, cambia la hora y la noche se adelanta tanto que apenas me queda día para explorar. Hace frío y tengo miedo de partir.


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