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Un paseo por Suiza

Siento como si mis días en Suiza los hubiera vivido anestesiada, sin ser del todo consciente de cuanto me rodeaba; quizá por el shock vivido la semana previa, o tal vez por las temperaturas cercanas los 0ºC que me mantuvieron buena parte del tiempo refugiada en la furgoneta, no lo sé. Supongo que ya sé lo que significa hibernar.

Viví a orillas del Lago Thun, en los alrededores de uno de los parajes de montaña más espectaculares del mundo. Eso dicen, yo solo los intuí en la distancia.  Llegar a los puntos calientes requería de un esfuerzo organizativo para el que no encontré motivación. Elegí quedarme en mi trocito de paraíso, refugiarme en el placer infinito que me proporciona el pasear sin rumbo durante horas y horas explorando los recovecos de mi alrededor. Ver cambiar los colores.

En Suiza hasta la naturaleza crece ordenada, cada hierba alcanza el tamaño justo, el color perfecto, ajustándose a su papel en la armonía del paisaje. Hasta que no llegué a Italia y pisé sus senderos no fui consciente de que detrás de aquel exquisito orden natural se escondía, muy bien camuflada, la mano del ser humano; de algún humano suizo, que debe de ser de otra especie, un ser más evolucionado.

¡COPIÉMONOS!

Mil veces soñé con vivir en un lugar en el que todo, desde los diseños de utensilios básicos hasta las gestiones y burocracias varias, estuviera organizado para mejorar la vida de sus ciudadanos. Siempre pensé que era un imposible, una utopía, que nuestra propia condición de seres humanos nos impedía actuar por el bien común, no como un algo abstracto a lo que aspirar sino como una realidad a la que contribuir.

Estaba equivocada. Existe un país en el que todos se han puesto de acuerdo en vivir bien, tranquilos, ordenados, con la mayoría de los problemas logísticos solucionados: se llama Suiza y está aquí lado. Bastaría con echar un vistazo por encima del hombro para copiarles el examen. Pero no, el resto del mundo nos empeñamos en seguir suspendiendo.

No tengo ni idea de cómo lo han conseguido, no hablé con nadie de ello ni indagué en las profundidades de sus políticas. Sé que sin haber residido en el país mis apreciaciones se quedan en la superfecie, en lo que brilla. Pero la sensación es que, aun estando solo de paso, salí de allí mejor persona, queriendo contribuir a ese bienestar, maldiciendo la picaresca española.

¿Sabías que en Suiza el estado calcula cuánto dinero te hace falta para vivir dignamente y que si, pese a tu esfuerzo demostrable, un mes no consigues llegar a ese mínimo, te complementan el salario? ¿En cuántos lugares del mundo se hace esto? ¿Sería posible algo así en España?

Esto es el “Pay it forward” llevado a la máxima expresión. Hoy por ti, mañana por mí, nadie quiere defraudar a quien te ayuda.

PERROS

Registrarse en un camping da derecho a transporte público gratuito, guagua y barco, entre todos los pueblos de alrededor del lago. Cuando el señor de la recepción me tendió dos tickets de transporte pensé que se había equivocado. “Uno para ti y otro para el perro”, se apresuró a aclararme ante mi cara de duda. Me reí. Él no le encontró la gracia al asunto, no sabe que vengo de un país en el que entrar con un perro en un servicio público supone una gran transgresión. Y de repente allí estaba yo, en un lugar donde no solo son bienvenidos, sino que viajan con su tarjeta, exactamente igual que su acompañante humano. Normal que me entrara la risa.

Y como se puede, y no me aguantaba las ganas de experimentar esa libertad, Tom y yo nos fuimos un día en guagua hasta Thun y otro día en barco hasta Interlaken. Y en Interlaken, como se puede, entramos al Gran Café Schuh a tomar un chocolate. La contumbre impone y no consigo evitar entrar nerviosa, mirando a un lado y a otro, esperando el momento en que alguien me llame la atención y me suelte un “perros no”. Nunca ocurre. La moqueta del Schuh resultó cómoda y allí Tom durmió la siesta escuchando las notas de un piano que sonaba al fondo de la sala, mientras la gente iba y venía pidiendo sus tartas y chocolates y yo, pasmada, escribía estas cosas que ahora lees.

Quise entenderlo pero saqué pocas conclusiones. No es que en Suiza los perros no se peleen o que no haya gente a la que no le gusten, no, de todo eso hay pero, de alguna manera, han aprendido a convivir con naturalidad. No representan una amenaza constante. ¿Cómo se consigue ese equilibrio? No lo sé. Supongo que, en esto también, habría que mirar al pupitre de al lado y copiar el examen de civismo en el que los suizos sacan un sobresaliente tras otro.

SON PARA EL VERANO

Tengo unos vecinos con una autocaravana tan grande que casi parece que acabaran de construir un edificio de dos plantas en la orilla del lago. Adiós a mis vistas. ¿Hasta donde se puede viajar conduciendo tal bestia? No envidio conducirla, ni pagar el combustible que la mueva, pero sí la salita de estar que intuyo cada mañana por la ventana; una luz cálida que se escapa cuando aún se espera al sol.

Hace muchos kilómetros que dejé de ver furgonetas del tamaño de la mía. En los días de sol y playa parecían hormigas conquistando el mundo. Ahora han desaparecido y tengo claro por qué: son para el verano. Mientras estoy dentro no paso frío, pero ese es justamente el asunto, ¿cuántas horas al día podemos, Tom y yo, permanecer en tan reducido espacio? Tom al menos se puede poner de pie.

Empiezo a echar de menos  no tener que forrarme hasta las cejas para llegar al baño y darme una ducha caliente. Pongo la cena al fuego y empieza a llover dentro, olvidé abrir la ventana y la condensación nos inunda. Coge el paño y seca aquí y allá. Duchada y cenada, son las siete de la tarde, noche cerrada desde hace dos horas; transformo la cocina en salón, es hora de leer. Duchada, cenada y leída, son las nueve, es hora de ver algún vídeo tonto, ah no, que no hay internet. Pues a escribir. ¿Tienes sueño, Tom? Transformo el salón en dormitorio, a dormir.

Amanece un nuevo día y miro con deseo las furgonetas más grandes, casas en miniatura, con baño, ducha, cama fija, sala de estar… Llega una Mercedes Sprinter, y luego una Fiat Ducato y quiero salir corriendo a Alemania a cambiar mi cromo. Vendo furgoneta perfecta para el verano. Apta también para el invierno. Absténganse aquellos que no disfruten de una excelsa vida interior. Yo, que soy muy delicada, mira si no a Our Open Road, cuatro en una VW T3, o a Pablo y a Ana, 18 años después aún con su Cucaracha, o a los Zapps, otros 18 años en un Graham Paige del 1928, y parejas, muchas parejas con sus perros recorriendo el mundo. Claro que nunca ponen fotos invernales, ¿será que todo el mundo pone rumbo al verano?

ENCUENTROS

Tom se hace amigo de un enorme San Bernardo. Sus dueños se hospedan en una de las casas móviles. Se quedan clavados delante de mi furgoneta y me preguntan: ¿no pasas frío?

Al señor de la caravana lo he visto partir cada mañana. Hoy, con Tom como excusa, se acerca a saludar.  “Te quiere mucho” -me dice mirando a Tom. “¿Es cariñoso?” No mucho. “¿Es inteligente?“ No mucho. “¿Hay algo positivo que me puedas decir de él?” Es Tom y le quiero con locura.

Graciano sale a mi encuentro: ¿Ya te vas? Has estado una semana, ¿verdad? ¿De qué parte de España vienes? ¿Qué haces viajando sola? Los españoles suelen venir en agosto. Si vuelves el año que viene, tendremos una sala de estar con calefacción. Has tenido suerte, a estas alturas ya deberíamos estar bajo metro y medio de nieve.

Me gusta ver la cara de sorpresa de la gente cuando les pregunto su nombre y les tiendo la mano: yo soy Rosa, encantada. Quizá esa sea la asignatura pendiente de los suizos: acercarse y tender la mano.

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2 pensamientos sobre “Un paseo por Suiza”

  1. Macu dice:

    Me encantan tus historuas y me da envidia sana la verdad…espero.qie sugas disfrutando…bssss

    1. RosaVerde dice:

      Gracias! Me gusta que te gusten. Bsss

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