Aventuras con la primera Bala

Mi primera vez

Eché de menos el silencio y la soledad necesarias para leer y escribir, pero agradecí enormemente las charlas de sobremesa y la seguridad de compartir espacio en la oscuridad con amigos. Fue mi primera noche en La Bala.

Un 19 de julio de 2014, muchos años después de haberlo imaginado, a las 19:20, aparqué en el lugar donde habría de pasar mi primera noche en mi furgoneta: una explanada junto a la playa de Las Barcas, zona surfera de fuertes vientos y, esa noche, emplazamiento de otras cinco furgonetas.

El bullicio de un pueblo de mar, turístico en exceso en una tarde de verano, no representa bien el lugar ideal en el que soñé estas escapadas pero, seis meses después de haber adquirido la furgoneta, la urgencia residía en espantar el miedo que me mantenía soñando en casa, en lugar de viviendo lo imaginado.

A eso de la medianoche, cuando los bostezos comenzaron asomar con mayor frecuencia que las palabras, un ‘buenas noches’ y el cierre de las puertas laterales que definían nuestra vecindad ambulante, me dejaron sola ante mis miedos. Permanecí quieta, atenta a las luces que aparecían y desaparecían, al sonido monótono del mar, al susurro de los pasos con no sé qué destino, al viento que mecía mi casa, al estruendo de los aviones que despegaban… a todo y a nada.

Me dormí al fin. Fue un sueño intranquilo.

Amaneció un caluroso domingo, cielo azul y aún con viento fuerte.  Con un esplendoroso ‘buenos días’, grité: ¡primer objetivo conquistado! Estoy más cerca de Mi Mongolia.

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